Su recorrido inicia a muy tempranas horas de la mañana. Con su carreta transita por los barrios recolectando y organizando los materiales que recoge para venderlos en los lugares permitidos. “En Bogotá hay personas que tienen contratos y venden directo en sitios certificados, pero no todos tenemos contrato. Cuando hay contrato se coloca un globo al lado de la caneca, entonces sé que esa basura no se puede tocar porque tiene dueño. Yo no tengo contrato, por eso no es mucho lo que gano. Sin embargo, en este sitio donde me muevo, el reciclador no es egoísta con el otro. Sabemos compartir y nos colaboramos mucho”, comenta Tahis.

El reciclaje le ha facilitado su proceso de integración a la ciudad. Tahis es amiga del barrio, por donde pasa es saludada. Los vecinos son testigos de su labor diaria: revisar las bolsas de basura, recoger, clasificar, organizar y vender por separado los productos que ya no les sirven a muchas personas, pero que para ella son vitales para su trabajo.“Los migrantes recicladores contribuimos con el cuidado del medio ambiente pues no quemamos basura. Al ser recicladora migrante evito dejar regada la basura, procuro no romper las bolsas que están en la calle, y por eso prefiero zafar el nudo, tomar lo que me sirve y volverlo a amarrar”,plantea Tahis, como reflexión frente ciertas prácticas de algunos recicladores que no suelen ser cuidadosas con la ciudad.